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La Primera Visita a la Piscina

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El bebé necesitará un tiempo para aclimatarse al nuevo entorno (temperatura, espacio, ruido, gente, etc.). Lo normal es que el profesional asignado a tus clases te enseñe las instalaciones. Lo habitual es que no estés solo y tanto tu bebé como tú tengáis compañeros de piscina nuevos. Aprovecha para intercambiar opiniones con otras mamás o papás y si tienes dudas pregúntale al técnico que os acompaña. Poco a poco el bebé se irá relajando.

Con toda la tranquilidad del mundo, y ya en la piscina, cambia a tu hijo en un lugar donde no haya corriente. Sentaros al borde del vaso. Asegúrate de la profundidad, es obligatorio que esté marcado con pintura en el mismo borde; pregunta si dudas al técnico. Lo habitual es que mida entre 0,50 y 1 metro. Si ves que tú solo no puedes sentarte pide ayuda para que te sujeten al bebé mientras tú te sientas junto a él o te metes en el agua.

Coge al pequeño entre tus brazos y llévatelo al pecho, háblale en tono tranquilizador. Date un pequeño paseo por el agua mojando poco a poco. Esto para ser el primer día es más que suficiente.

El técnico o monitor explicará todo cuanto se necesite saber. Recuerda que el verdadero profesor no será nadie más que tú, el monitor solo os irá dando pautas y recomendaciones de actuación.

El método utilizado nunca debe “presionar” al niño para que aprenda a flotar. Se trata de que le pierda miedo al agua, si lo tuviera, lo vea como algo lúdico y se divierta. Importa más que la experiencia sea grata a que consiga la flotación.

Si el método de enseñanza es bueno, los niños no tienen por qué pasarlo mal o mostrarse reacios a acudir a la piscina. Los padres no deberían obsesionarse porque sus hijos aprendan técnicas de supervivencia (como la flotación) o de movimientos. Lo fundamental es que adquieran el gusto por el agua.

Si por miedo, por dificultades económicas o por cualquier otro motivo los padres presionan al niño para que consiga objetivos en un tiempo corto, los efectos serán probablemente justo los contrarios a los que se buscaban. Además, a estas edades, los niños tienen una percepción muy intensa de lo que ocurre a su alrededor, y muy pocas vías de expresión de sus temores, muchas veces reducidas al lloro y otros síntomas no orales.

Si la experiencia resulta demasiado traumática, dejará secuelas durante el resto de su vida. Hay que crear un ambiente relajado en el que tanto el propio niño como los padres y el monitor disfruten de las clases y se inspiren confianza mutua.

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