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La alimentación para el entrenamiento

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La alimentación del deportista en la fase de entrenamiento intenta cumplir con las dos primeras funciones de la preparación biológica, preventiva y optimizadora del rendimiento, y particularmente con la tercera de tratamiento, en los casos pertinentes. Estas funciones se ocupan en evitar que no se produzca un agotamiento de las fuentes energéticas durante la realización del entrenamiento, así como mejorar la recuperación del organismo tras el esfuerzo físico. Particularmente, intentar ayudar a mejorar una deficiencia dietética de un nutriente. Para cumplir con estas funciones no se debe optar por buscar la suplementación indiscriminada de alimentos o nutrientes especiales, sino que se debe optar por tener una dieta suficiente, equilibrada y sana, lo que requiere una educación del deportista en hábitos alimenticios adecuados (Girard, 2000a; Konopka, 1988; Villa y cols, 2000). Además se debe considerar las necesidades particulares que puede tener el deportista atendiendo a su especialidad deportiva, dado que entre unas y otras pueden haber ligeras diferencias. Póngase por caso las particularidades indicadas por nosotros para atletas de medio fondo y fondo (Valero y Delgado, 1999) o las de Roy y cols (2000) para deportistas de fuerza. En todo momento, se deben cumplir todas las premisas expuestas hasta el momento en este capítulo, en cuanto a aporte de nutrientes, a las que se deben sumar las siguientes premisas prácticas.

En principio, es primordial que se planifique adecuadamente los horarios de comida y entrenamiento. Para ello hay que respetar un tiempo aproximado de 3 horas entre comida y entrenamiento intenso, así como un tiempo de una hora entre la finalización del entrenamiento y una ingesta importante de comida, para evitar que exista un conflicto de intereses entre las necesidades incrementadas de aporte de sangre a tubo digestivo y musculatura que requiere el proceso digestivo y el esfuerzo físico, respectivamente. De no ser así se vería comprometido, por una parte, el rendimiento por malestar digestivo o, por otra parte, la recuperación por falta de oxígeno.

El agua es el nutriente del que debe cuidarse más la ingesta. Beber agua, aunque no se tenga sed, debe ser un hábito que se enseñe al deportista desde muy temprana edad en las clases de educación física o en casa (véase por ejemplo Delgado, 2000). Con ello se evitarán problemas de termoregulación y deshidratación con los accidentes que ello trae aparejado como el golpe de calor y las lesiones musculotendinosas, como se expusieron previamente.

Por último, la dieta en período de entrenamiento se caracteriza por un mayor reparto de las ingestas de comida al día. Las ingestas intermedias deberían ser de frutas frescas y secas, frutos secos en pequeñas cantidades y cereales enteros o productos elaborados a partir de ellos. Sin embargo, se observa cómo el grupo de alimentos mayoritariamente consumidos en las ingestas intermedias son productos ricos en calorías vacías (azucares refinados) pero pobres en otros nutrientes, aunque como en todo se presentan excepciones como las halladas en deportistas españoles de alto rendimiento preolímpicos (AA.VV., 1992).



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