En principio, es primordial que se planifique adecuadamente los horarios de comida y entrenamiento. Para ello hay que respetar un tiempo aproximado de 3 horas entre comida y entrenamiento intenso, así como un tiempo de una hora entre la finalización del entrenamiento y una ingesta importante de comida, para evitar que exista un conflicto de intereses entre las necesidades incrementadas de aporte de sangre a tubo digestivo y musculatura que requiere el proceso digestivo y el esfuerzo físico, respectivamente. De no ser así se vería comprometido, por una parte, el rendimiento por malestar digestivo o, por otra parte, la recuperación por falta de oxígeno.
El agua es el nutriente del que debe cuidarse más la ingesta. Beber agua, aunque no se tenga sed, debe ser un hábito que se enseñe al deportista desde muy temprana edad en las clases de educación física o en casa (véase por ejemplo Delgado, 2000). Con ello se evitarán problemas de termoregulación y deshidratación con los accidentes que ello trae aparejado como el golpe de calor y las lesiones musculotendinosas, como se expusieron previamente.
Por último, la dieta en período de entrenamiento se caracteriza por un mayor reparto de las ingestas de comida al día. Las ingestas intermedias deberían ser de frutas frescas y secas, frutos secos en pequeñas cantidades y cereales enteros o productos elaborados a partir de ellos. Sin embargo, se observa cómo el grupo de alimentos mayoritariamente consumidos en las ingestas intermedias son productos ricos en calorías vacías (azucares refinados) pero pobres en otros nutrientes, aunque como en todo se presentan excepciones como las halladas en deportistas españoles de alto rendimiento preolímpicos (AA.VV., 1992).
0 comentarios:
Publicar un comentario